la Hoja en Blanco

15 noviembre, 2013

Las cartas al Coronel. Intramodernidad.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 1:43 pm
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Por mucho tiempo se lamentó de sí mismo. Ahora es un dandi consagrado. Cada mañana se levanta como el valor del dólar y muestra su sonrisa verde como la vista que tiene Dios de los barrios ricos. Literalmente verde. Porque despierta y se fuma un cigarro, porque le pagan, porque si la noche anterior juró que dejaría el tabaco, le pagan más. Entre dos jóvenes con cuerpos como lo que escala él todos los días, le calzan los guantes de gamuza con los que empujará sus tareas geológicas. <¡Pero qué guapo se ve!>, <¡Hoy sí llegará hasta arriba!>, <¡Es el día que la nación está esperando!>, le dicen las guapas edecanes.

En todo el perímetro del cerro donde graban sus nuevas hazañas, minutos atrás comenzaron a encender los televisores. La señora que amanece y se acuesta con los mismos tubos al cabello le gritó a su marido: <¡Es él! ¡Es él!>, y llegó corriendo frente a la pantalla su hija para mirar sus brazos gruesos mediterráneos color Acapulco. El esposo en cambio se fue a encerrar al baño. Ignorando como anoche a su pareja, prendió la radio mientras se ducha para no perderse la gesta que cambiará la Historia. El locutor hace una pausa de silencio. Lo anuncia: <¡Se levantó! ¡Por fin se levantó!>. La gente que viaja en el microbús con un chofer que se ha propuesto abandonar la cumbia, llora y se abraza: <¡Otra vez se levantó!>, <¿Ves? Te dije que podía>, <Lo hizo como todos los días, ¡pero esta vez estuvo bien cardiaco!>.

Ahora, en este preciso momento, como antes se ha dicho, el talento de televisión se fuma un tabaco. Todo el país lo está viendo. A él; o a las jóvenes que en este instante le calzan los guantes de gamuza. Hasta hace poco se dedicaban a anunciar el tiempo en las noticias, y ahora que llegaron al reallity show se anuncian imperecederas donde las entrevisten. Todo mundo sabe que volverán al noticiero; si les va bien. <Señor guapo>, le dicen al musculoso protagonista, <¿qué vamos a hacer hoy?>. <Preciosa>, les responde, <amigas y amigos que nos acompañan>; las cámaras, todas, le besan con su lente la sonrisa que transmiten para el orbe; la estrella prosigue: <¡Sientan la mañana! Bonita audiencia que me acompaña, hoy me encuentro en este precioso lugar… sus superficies del color que adopta un cielo preñado de la vida, a punto de regalarnos a todos sus manojos de húmedos cristales, me hacen sentir al centro mismo de la más concreta de las maravillas. Las laderas grises de este cerro, además de recordarme el perfume de las nubes al filo de la tormenta, no dejan de decirme: “¡Héroe del mundo!, ¡ángel de la modernidad!, ¡ciclo de la vida! ¡Conquístanos!”; pero no soy yo, sino la Humanidad misma, en el sentido más cuantitativo de la palabra, quien ya ha vencido este cerro que escalaré ahora. No seré el primero, sólo el más distinguido. ¡Bienvenida, gente bonita, a Ecatepec!>.

Desde sus sillones, asientos, casetas de vigilancia, quirófanos y oficinas, la Zona Metropolitana de la Ciudad de México se levanta y aplaude. Del lado del estado de México, como del de la Gustavo A. Madero, la Sierra de Guadalupe solloza con el moco en la sonrisa; seguro son la envidia de otras zonas montañosas. El protagonista prosigue: <Esta mañana, preciosas…>; le guiña un ojo al seno entre los pechos de la joven que lo acompaña; <comenzará la septuagésima segunda temporada desde que este programa salió en la radio. ¡Acompáñenme!>. La toma cambia hacia una de las chicas, que sin hablar del clima viste y da calor: <¡Amiga, amigo, quédate con nosotros! No le cambies al Canal del Congreso, ¿a quién le importa la Ley del Impuesto a Escribir la Fecha? No le cambies al fútbol, no le cambies a nada. Aquí, sólo aquí, aprenderás técnicas de supervivencia extrema en vecindarios sin agua, nos encontraremos con la policía municipal y, en vivo, quizá Sísifo, este galanazo, conozca en las viviendas de hasta arriba al amor de su vida, una vida que no ha sido fácil>. Entra la otra conductora: <Miren si, por fin, este exconvicto podrá cambiar su destino. De una existencia penosa, miserable, a un éxito igual de rutinario. De Grecia, en exclusiva para México y Centroamérica, el hombre que todo mundo estaba otra vez esperando. Sólo aquí… en ¡Sísifo al extremo!>.

Sísifo, el griego condenado, se quita los guantes de gamuza. Acaricia la piedra que le ponen enfrente. Huele el granito. Se lo embarra en el cuerpo. Lame el granito. Lo piensa. Lo imagina. Lo toca y sabe que parece ser de verdad. Dice un par de torpezas sobre el cuarzo, el feldespato, la plagioclasa, que si lo pules se convierte en oro. El precio del granito se levanta como Sísifo. Y empieza él a subir la Sierra de Guadalupe en cuanto le forran otra vez las palmas de gamuza, empujando alguna piedra que avanza más durante los comerciales.

La televisión ilumina como la esperanza millones de rostros pausados y sombríos. Los que escuchan la crónica por radio en el microbús, no se bajan, sino que van de terminal a terminal para no perderse un único detalle de la gesta. El chofer (mentalmente) tararea otra cumbia. <¡Puta madre!>, murmura al darse cuenta de su falta. Y vuelve a estar atento a si Sísifo decide o no, si evita o no, si intenta o no dejar caer esta piedra.

Los dioses habían condenado a Sísifo a hacer rodar eternamente una roca hasta la cima de una montaña, de donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con cierta razón que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Albert Camus

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