la Hoja en Blanco

28 abril, 2013

Las cartas al Coronel. Soberanía.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 10:59 pm
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Para Alline (y surgido de una charla con Margaret Paul)

Querido presidente municipal:

Venimos en paz. Extrañamos a sus humanos. No queremos hacer daño a nadie. Pero desde que los campesinos se vinieron a vivir a la ciudad mi pueblo se ha vuelto cada vez más pobre. Pero es que también los extrañamos. Pero.

Y nos gusta. Mi pueblo está muy agradecido porque sus trabajadores nos regalaron agua de una pipa cuando llegamos a vivir a los camellones; (pero) nos duele que eso le quite el pan (como ustedes dicen) a nuestros hermanos (como ustedes dicen) de lo rural (como ustedes dicen). Pero gracias. La cruzada contra el hambre no nos ha resuelto nada porque somos pobres pero más pobres por diferentes porque no comemos lo mismo; y más que no votamos. Pero en mi pueblo hay todavía muchas que son chiquitas y otras que transpiran mucho; por favor no nos quite las pipas de agua. Ayúdense.

¿Sabe qué más es bonito? Cuando nos vinimos nos trajimos, trajimos, un pedacito de nuestra tierra de allá. El dueño del camión de redilas (que lo despeinados y alborotados no nos quita nuestra organización) nos dijo que se la íbamos a ensuciar y llenar de suciedad. ¿Pero qué quiere? Así somos. Nos encanta andar en el suelo y usar lo mínimo de palabras, pero hacemos cosas brillantes. Y echamos rápido raíces y amor en el lugar al que llegamos. Al menos en su ciudad. Por favor no nos desaloje ni nos deje sin agua, entre nosotros todavía hay muchas que son chiquitas o que transpiran mucho, y extrañamos mucho a sus muchos humanos con que vive.

Cuando los campesinos se fueron, mi pueblo se hundió en la miseria. Tampoco es que nos haga favor venir a hacerles el favor, pero es que los amamos mucho. Y estamos desempleados (como ustedes dicen), pasamos hambre (como ustedes dicen), no sirven de nada (como ustedes dicen) nuestras jornadas de hasta catorce horas bajo el sol. Y venimos en paz.

Pero de modo que si no quieren morir cuando menos lo imaginen ustedes o su especie, exigimos:

–        Que nos metan a vivir a sus casas mejor iluminadas o nos den vivienda en sus azoteas, parques, jardines y bulevares.

–        Que nos nutran bien.

–        Que procesen su basura orgánica y construyan una red de drenaje especial para colectar la lluvia cueste lo que cueste.

–        Que dejen de regarla regando su sistema económico remilgoso.

–        Que nos enseñen a escribir.

–        Y que nos coman.

No somos como ustedes y sus casas queremos compartírselas. No somos como ustedes y podríamos según su dedicación retribuirlos. No somos como ustedes y sería para nosotros muy penoso ser paracaidistas en una ciudad donde desperdician todo, vivir de su desquicio. No somos como ustedes y podemos hacer que cambien cosas entre ustedes: comida por comida, la pobreza, la monotonía y las presentes amenazas. No somos como ustedes y si nos pidieran ayuda para escribir una carta no gritaríamos como los locos. Y es un buen detalle que nos arranquen partes y las mastiquen.

Ustedes no saben con quienes se están metiendo, pero nosotros sí, pues nos abandonaron. Pero no hagan ustedes lo mismo con ustedes mismos.

Querido presidente municipal, por cierto, le recomiendo el uso de la palabra “pero”; en otra situación es la palabra más bonita, pero “pero”, espero, no espero. Nos gusta ser de poquitas palabras: venimos en paz y los amamos. Diga sí.

Queremos ser gordos, vecinos y felices para que ustedes sean sólo felices y vecinos. No a la moda, pero sí a la infraestructura y vivienda en su ciudad para los inmigrantes verdes.

Atte.

Jitomate

(pero llámeme vecino)

15 abril, 2013

Las cartas al Coronel. Caballero de los espejos.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 9:27 pm
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Traía… no yo… traía una de esas blusitas sueltas, coquetas, que se atoran en el borde de los hombros y que permite que se refleje la luna en donde nace la primera fumarola de incienso en la orilla superior del cuello. Al menos del tuyo. ¡No! ¡Un momento! No me cuelgues. Todo esto para decirte… que tienes un gusto súper bueno para elegir tu shampoo. Sí, ¿verdad? Pero volviendo a quien te platicaba… sí, así, igualita. Tanto que también se le bajaba, como si fuera hierba que la manotea un cachorro, a cada momentito. Y… y no sé, volteaba a verla y la que veía… ¡no! Obvio no a quien iba junto a mí, sino su blusa. Sí, ya te dije que se le caía. Lo poco que le cubría la piel y luego luego, como a ti, se le bajaba. ¿De qué color era? Morena clara. ¿La blusa? ¡No! Yo hablaba de su piel… bueno, de reojo, sólo la vi de reojo. ¡Ah, pero entonces me preguntabas de tu blusa! Es que quería decirte que yo no soy de esos hombres que… que no me cuelgues. No me has dicho aún tu nombre, ¿por quién pregunto cuando llame y haya alguien más en tu casa? Bueno, equis, poco importa. Escucha: si yo en el metro volteaba a verte el torso era porque… porque me recordaba a la otra blusa. Que sí, deja te cuento: la de la persona que ese otro día iba junto a mí y que a cada rato dejaba que se le viera toda la piel, igualita. ¿Que de qué color era la tuya? Azul rey… ¡No! ¡Claro que no pienso que seas una pitufa! Me refería al de tu blusa. El de tu piel pues… pero sí. Así fue. La sentí así, azul, sólo de pensar en que cubre a tus herpéticos músculos la liviandad del cielo. No sé, cuando me rozaste al subir al vagón era tan suave y delicada, y con una nube de crema tapando la visibilidad para quien aborde la carretera que baja por tu brazo. … … No, jeje, escúchame tú, tan cierto es lo que te digo como que no todos los hombres somos iguales. ¿Me crees? Porque… sí, tu blusa era azul. La suya… sí, también, yo creo, o naranja o blanca. Y se le bajaba. Y cada vez que se le caía como que se la subía para que no le vieran nada. Ay, si a ti ni se te veía nada… o sea… ¡no! ¡sí! Muy bonitos, bonita forma, buen tamaño, y todo. O sea, no que se te viera todo, sino que estaba todo en su buen tamaño. Pero… ¿y la otra? ¿Qué otra? ¡Ah! Ya sé de qué hablas. No, pues nada, se subía la blusa cada vez que se le caía del hombro hasta que le dije: <¿qué te tapas si las tienes de hombre?>. ¡Espera! ¡No me cuelgues! Es que… ah, no soy un grosero, no, mejor no lo dije, pero sí lo pensé, porque las tenía de hombre… sí, porque era hombre. ¿Ves?, te digo que no todos los hombres somos iguales. Por ejemplo, yo no soy igual que los otros, pero hay algunos todavía menos iguales. ¿Ves? ¿Gay? ¡Tiempo! Ya, está bien. Confieso: sí la vi, era mujer, tantito plana, y sí te vi y estás bien guapa. ¿Pero ves? La diferencia es que en lugar de hacerte enojar te hago reír. No todos los hombres somos iguales. Y entonces… ¿te llamas Deyanira? Yo Sansón, mucho gusto.

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