la Hoja en Blanco

23 octubre, 2012

Las cartas al Coronel. La paloma que amaba al gavilán.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 11:58 pm
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Lo único de cierto en todo esto es que “ellos” no existen. ¡Porque nadie los ha visto! Se habla de “ellos” como de Dios y el Diablo. Y yo no creo en “ellos”, pero sí en los otros. Pero si creo en los otros no será en lo que dicen, porque nos hablan de “ellos”. Como si “ellos” fueran Dios.

Los otros nos cuentan que uno de “ellos” era manco pero lograba hacer las funciones de la mano sin su mano; y un ciego de entre “ellos” administraba las lecturas de los demás. ¡Que tres de «ellos» murieron en la misma fecha! ¡Bobadas! ¡Coincidencias! Como si fueran dioses en la Tierra nos hablan los otros de los milagros de “ellos”, pero no lo son, y no lo son porque lo único de cierto en todo esto es que no existen.

Los otros nos hablan de “ellos” como de Dios y el Diablo. Pero nadie los ha visto, y a los otros sí. Los otros son como el Diablo, nuestros enemigos, y, según los otros que digo que son como el Diablo, “ellos”, los que no existen, son como Dios. Porque de “ellos”, aunque los otros los crearon, dicen los otros que fueron creados por “ellos”. ¡Pero no es cierto! Para mí que “ellos” no lo hicieron. Nadie los ha visto. Lo único de cierto en todo esto es que “ellos” no son ciertos. Excepto, quizá, porque lo dicen los otros. Que son como el Diablo. Y nuestros enemigos.

Esos otros que inventan mundos, en lugar de “ellos” que no lo hacen pues no existen, y porque a “ellos”, los que no existen, también los inventaron. Esos otros, nuestros enemigos, que nos observan a nosotros mientras los contemplamos, los miramos quietos, de arriba a abajo, con los ojos tan abiertos como si despertáramos y nos hiciéramos conscientes de algo a través de sus filas de hormigas negras. Pero nos capturan, ventajosos, cuando los contemplamos a ellos mismos (o sea, a los otros), a sus mundos, a las falaces construcciones de autores, o de “ellos”, que hay detrás de los otros como a Dios lo ingenió el Diablo: “ellos” padres simultáneos de El Extrajero y La Peste, “ellos” del pie puesto en El Mercader de Venecia y el otro en La Tempestad, “ellos” o el gato de Schrödinger y el exgato y de nuevo el gato muerto que vive. Nosotros contemplamos a los otros a ver si vive o muere. Los leemos, a los otros, al enemigo que nos embosca sin molestia en esconderse cuando lo miramos. Lo único de cierto en todo esto es que son los otros los que nos contemplan. Los que nos observan. Que nos estudian mientras les ponemos la carita sin miedo y de frente mientras tomamos la sombra bajo un árbol. Que ven cómo transcurren nuestras vidas y emociones y pueden reconstruir nuestras historias cuando vamos del pasamanos de un camión, vendiéndolos en el metro, en la fila para el baño, en el sofá al que nos corrieron esa noche o cuando, de tanto verlos, nos dejan siniestramente dormimos. Lo saben todo de nosotros. Nos tienen a la vista. Son nuestros enemigos.

No fueron “ellos” quienes inventaron a los otros, sino los otros a “ellos”, porque lo cierto en todo esto es que “ellos”, los que no existen, no existen. Son los otros. Los otros que nos atrapan con sus historias para consumir y estudiar y chuparse las nuestras. No nosotros a los otros. Sino los otros. El enemigo. El Diablo. El seductor. El Diablo. El libro. El que pizca la fruta del árbol de la ciencia del bien y el mal detrás de la frontera. Los libros. El enemigo. Los libros. El amigo y enemigo que nos estudia como mosco en la bombilla de la luz. El padre de sus padres los autores para mimetizarse. El enemigo.

Pero qué sabroso es trabajar o recrearse si es para el enemigo.

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