la Hoja en Blanco

18 junio, 2013

Las cartas al Coronel. Estado de cuenta.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 1:49 am
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La puerta se mueve con el viento, por eso le puse el sobre. El de la tarjeta de crédito, que viene gordo. ¿De qué más sirve? Cuando el agua rebasa el cuello uno solo sabe que hay que cerrar la boca, y así con la tarjeta de crédito, como con la puerta, cierras y nadie entra. Ni algún familiar que te dice que llamaron, que ya pagues. Desde luego le falta la perilla, el candado, pero eso de ahí ayuda. Es que el viaje en avión me dejó rota. Fui a Francia. Y no, bueno, sí, en llaverito. Y ya. Y de Notredame ni eso. Pero me las imagino: alta, de acero, triangular, y ya, y la iglesia grande. Ni aquí me digno a ir a misa. Tan poco que decir del viaje. ¿Me das un beso? Le pregunté, porque aun siendo espacio aéreo internacional, el avión llevaba bandera francesa. Y volteó a verme. No era tan guapa como me lo esperaba, pero estaba a escasas dos horas de aterrizar en Houston. Volteó a verme medio dormida y se limpió una lagaña. <¿Qué?>, me preguntó. Y yo a mí también me pregunté. Prefiero a los hombres, pero para ser mujer era colombiana, aunque no de las bellas. Pero yo te podría estar diciendo que sí lo era, o incluso que besé a alguien de Colombia, o alguien en mi viaje a Francia, y te figurarías a un romántico, francés, con su bigote o lampiño pero rubio y de patilla larga que habla como si no se sonara la miel de la nariz. Hace viento, ¿no? Te pregunto. Sí, te pregunto. Bueno, entonces que se quede abierta la puerta. Como que siento calor. Sus ojos también se abrieron. <¿Yo?>, me preguntó, mirándome a los ojos cuando le pedí un beso. Volver con las manos vacías. Labios no. Sus cortinas seguían como enredadas y sus córneas con polvo, pero me miraba nítidamente. Y me sobresalté. ¡No! ¿Quién? ¿Qué dije? Es que yo creo que estaba soñando, le dije. Y cerré los ojos y apoyé mi cabeza sobre mis manos en posición de súplica como si hubiera siempre estado dormida y fantaseado… con ella… o mis manos hubieran entrenado para al fin no llegar nunca a la catedral a pedir el más pinche corriente de los milagros. ¡Fui a Francia!

Hace viento, ¿no? No, a ti te pregunto. Deja cierro bien la puerta, total, es mi cuarto. No, no te pregunto, es mi cuarto. Hace viento, o calor. ¿Quieres volver a emparejarla y echarle abajo el sobre? La tarjeta de crédito para algo sirve. Así, emparéjala. Mi cuarto. Mis reglas. Mis propios defectos. Como invocar al sueño en la mejor parte del vuelo. ¿Quieres dormir? Seguro ya te aburrí. Ven. Ven. Aquí. Qué rico se siente tu respiración sobre mi cuello. No, yo no, pero tú sólo acomódate a mi lado.

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