la Hoja en Blanco

4 marzo, 2011

Las cartas al Coronel. Bajo el mar.

Y es que cuando me dijo <Sebastián>… sí pensé algo así como que “¡chales, maestro! ¡Chale!”. ¡Sebastián! Ella dijo Sebastián. ¿Como por qué ponerle a mi hijo Sebastián?, pensé. Y luego, también, recordé que ella había dicho que no le pediría opinión al padre. Mi hijo se llamaría Sebastián de la manera más intransigente. ¡Qué puta es la vida!, pensé.

Eran las cuatro de la tarde, y miré a mi compa con el que estaba platicando. Estábamos sentados los dos en la banqueta. ¡Date cuenta! ¡Le quiere poner Sebastián!, le dije. Y no fue un chamaco pelón y empañalado el que me vino a la mente, sino un cangrejo cantando en una película de dibujos animados. ¡Qué contradictorio ser tan rojo, pero tan rojo y trabajarle a Disney!

<Mejor no, ¿verdad?>, me dijo mi compa. Yo estuve a punto de decirle que no, ¡que definitivamente no!, que así no, pero me quedé calladito.

Cuando uno tiene un hijo, le pone el nombre de alguien a quien admira, a quien uno quiere que se parezca. El de alguien más quizá, tal vez el de uno mismo, al fin y al cabo de esa persona que será su ejemplo a seguir cuando el pequeño crezca. ¿Qué se sentirá que tu propio hijo te conteste <surimi> al preguntarle qué quiere ser de grande? Definitivamente mi niño no se llamaría Sebastián.

 Y además, le dije a mi compa, a mí que esa mujer ya no está bien para esposa, ¿sabes?  <¿Cómo?>, me preguntó. Pero yo lo ignoré. Ella quería que su hijo se llamara Sebastián y ese era el meollo del asunto. Sus infidelidades como novia serían lo de menos cuando al escuchar uno el nombre de su hijo pensara en un crustáceo cantando huevonadas de qué chida está la vida submarina mientras intenta zafarse de los aros de un six pack. ¡Sí que la vida es puta!, me convencí. Se lo dije a mi compa.

¿Y si además, por culpa de llamarse Sebastián, mi hijo pronuncia como el Peje?, pensé. ¡No me chingues!, intenté decir, pero el barullo de la fiesta de mis recuerdos del cangrejo Sebastián cantando su canción me estorbaba al oír mis propios pensamientos. <Bajo el maaaaar, bajo el maaaaaar nadie nos fríe ni nos cocina en un sartén>, le escuché.  <Bajo el maaaaar vives contenta siendo sirena>, lo oí, seguramente hablando con su amiga de tres ojos por sobre exposición a los alcohólicos sudores de los spring breakers. Porque la vida bajo el mar en estos tiempos sí que está cabrona.

Yo en tu lugar, concluí después de imaginarme en su situación queriendo contraer nupcias con una mujer dispuesta a bautizar a la descendencia como si fueran cangrejos, no le pediría jamás matrimonio, le dije. Está re loca. Mira, continué, tú estás chavo, apenas entraste a la prepa, ella ya va saliendo. Quiere cosas distintas. Muchas cosas, te lo juro, le comenté yo acordándome de las veces que ella le había sido infiel a mi compa con uno de sus amigos. Él no lo sabía. ¡Además, imagínate! ¿Qué tal que un día tienes un hijo con ella y le pone Sebastián? <No, pues sí, tienes razón>, reconoció él con la cara de quien ve devotamente las caricaturas del canal cinco. <Pero ahora tengo que cancelarle la cena en que le iba a proponer que nos casáramos un día>, agregó turbado. Como no supo cómo hacerlo, me ofrecí a llevarlo a cabo en su lugar. Le conté que había quedado yo de pasar por algo a casa de ella, de hecho ya me tengo que ir, le dije; ahorita que no están sus papás, pensé. De verdad que la vida es puta, y no sólo la vida.

Media hora después estaba yo frente a su pórtico. La mano me temblaba de ansia cuando toqué su timbre. El coche de sus padres aún no ocupaba el cajón que le correspondía. Ella abriría la puerta, la sala, yo la boca para decirle que no la llevaría a cenar su novio, ella mis botones, ella mi camisa, ella su blusa, su falda, las piernas, le pondríamos nombre al niño… ¿Sebastián?, recordé de pronto. Cuando ella al fin abrió, nadie la esperaba fuera. Yo iba ya en mi auto escuchando a todo volumen, en la mente, las mamadas de aquel pinche cangrejo.

Inspirado en (y dedicado a)

Diego, a quien no se puede convencer sobre el nombre de un proyecto.

América, que a fuerza le quiere poner Sebastián a su hijo.

Mario, que llega preguntando si me voy casar.

Y en la canción «El diablo» de Fobia.

*los personajes se basan en anécdotas del día de hoy y no en personas reales.

«Bajo el mar» (de La sirenita)

http://www.youtube.com/watch?v=7OJYRH-Br24

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