la Hoja en Blanco

20 julio, 2010

Las cartas al Coronel. Porque tú no vales.

Porque tú no vales (hasta podría agregarle «nada») podría ser el título de un poema o una canción, el final de una carta de un amor que había sido verdadero, pero que ha dejado de ser. Muy por el contrario, porque tú no vales es una realidad, pero, afortunadamente, decadente.  Muy afortunado desde mi punto de vista. Sin embargo, no debemos tomar por verdad absoluta mi opinión como si fuera superior a la de quienes piensan otra cosa, pues eso sería menospreciar, simultáneamente, las visiones y sociedades que sostienen que entre personas de distinto tipo hay valores diferentes. Haría lo mismo que ellas hacen y con las cuales no comulgo. ¿Cómo conciliar actualmente una perspectiva de la no discriminación sin discriminar a quienes, históricamente, no han pensado igual?

Hasta donde yo conozco, existe una corriente en la antropología denominada Relativismo cultural que propone no juzgar las demás culturas (y sus manifestaciones) si no es dentro de su propio contexto y no desde el nuestro o desde nuestros valores. Esto abre espacio a dos posibles salidas en el tema de la no discriminación: aceptar a los demás sin juzgarlos si no es a partir de sus valores y contextos, por lo que desde el nuestro no deberíamos juzgarlos ni discriminarlos en consecuencia; como también el de aceptar que los demás no acepten a los demás, resultando de la conjunción de ambos una teoría coherente pero una práctica sin consistencia. ¿Hasta dónde es congruente promover prácticas no discriminatorias si, en cambio, las toleramos? Sin embargo, podemos volver la vista atrás e intentar comprender distintos contextos dentro de los cuales se discriminaba o se discrimina actualmente y en dónde radica la diferencia con hoy.

La discriminación, no puedo asegurar si en todos los casos, pero en muchos consiste en el menguado valor que se le otorga a un grupo de la sociedad porque no responde a las cualidades a las que ésta da más valor, descartando o desvalorizando las posibles aportaciones que estos grupos puedan dar a su sistema. Por ejemplo, el caso de las mujeres: en muchas sociedades no se les reconoció el valor que tenían en la vida pública y económica hasta que la crisis ocasionada por la falta de mano de obra durante la Segunda guerra mundial les permitió demostrar sus capacidades en esta faceta de sus respectivos entornos. Esta eventualidad histórica fue el punto por donde se rompió el cascarón social dentro del cual estaban imbuidas.

En otras ocasiones, los grupos vulnerados, por ser difícil demostrar como colectivo un valor tan tangible como el económico,  son ignorados a pesar de su capacidad de generar cohesión social. Las personas que pertenecen a éstos pueden originar sentimientos desinteresados y piadosos o incluso de admiración en los demás miembros de la sociedad. Estos sentimientos, a partir de un primer ejemplo de alguien que los externe o de manera independiente, son capaces de replicarse en los demás miembros de la sociedad, generándole un lado sensible y bondadoso. De esta manera, participar uno de dichas emociones o dicho lado amable de su propia comunidad, aunque no garantiza, sí incrementa la probabilidad de que uno se beneficie posteriormente de ello. Por ejemplo, los adultos mayores, siendo menos capaces físicamente y, con frecuencia, económica y mentalmente de lo que solían ser, pueden despertar sentimientos de compasión, admiración y gratitud, entre otros, entre las personas que les rodean, lo que nos lleva a generar una solidaridad intergeneracional. Quienes viven en pobreza, en guerra o las personas que padecen de alguna discapacidad, por dar algunos ejemplos, pueden arraigar sentimientos similares en los demás sectores de una sociedad.

Sin embargo, todos los grupos vulnerados precisan de oportunidades que podemos traducir en situaciones críticas, tanto positivas como negativas, respecto de la realidad acostumbrada de una sociedad para evidenciar su valor o perderlo. El ejemplo de las mujeres durante la segunda guerra mundial es uno, pero también podemos considerar la crisis medioambiental para el resurgimiento de la figura indígena o la revolución tecnológica para incorporar a las personas con discapacidad motriz a la sociedad de una manera más activa. Es necesario que se dé la oportunidad de retar la rigidez de la cultura y de las reglas físicas, sociales y de otros rubros que rigen el entorno en que habitan estos grupos para poder revalorarse. También pueden verse beneficiados de lo que ocurre en entornos que mantienen intercambio de información con el suyo propio para demostrar su capacidad real de participar activamente en la sociedad que los restringe o los rechaza (por ejemplo, las mujeres mexicanas sacaron provecho del feminismo en Estados Unidos, Canadá y Europa).

¿Por qué en modelos culturales anteriores la segregación puede ser aceptada, entonces?

La permanencia de un mismo estilo de vida en una sociedad, en el que tres o más generaciones podían nacer y morir durante un conflicto armado de su país contra un eterno enemigo, en que la gente fallecía donde nacía, en que se carecía de un intercambio de información en la manera en que hoy lo dimensionamos y las prácticas culturales eran transmitidas de una generación a la otra con escasas variaciones, conducía a que las crisis y cuestionamientos fueran administrados en cantidades mínimas comparado con lo que vivimos actualmente. Los vuelcos a la fortuna eran menores. Uno nacía hidalgo y moría hidalgo, la Tierra no se calentaría medio grado Celsius en un puñado de años y el suelo, salvo ciertos imprevistos, aunque tuviera ciclos de mayor y menor productividad, seguiría más o menos lo que antes había dado. Había estabilidad y, por lo tanto, uno ocuparía siempre la misma posición. De esta manera, ¿quién tendría miedo de tratar mal al que, de acuerdo a los valores culturales vigentes, estaba mal, si uno no llegaría a serlo jamás ni habría nunca de ser tratado así? Eventualmente uno podría caer en cierta desgracia, pues con el tiempo uno envejecería, pero como garantía de no terminar olvidado se educaba para respetar a los adultos mayores; y en caso de perder toda tu hacienda aún te quedaba el linaje.

La globalización, no obstante sus aspectos negativos, nos proporciona la situación idónea para transformar nuestra manera de ver las cosas hacia algo más plural e incluyente que el distintivo y determinado mundo de otros tiempos.

Ahora pues, en un ámbito cambiante en el cual tu próximo jefe quizá no sea ya hombre sino mujer, o de repente uno pase a ser el jefe, en que quizá el prototipo de belleza en cinco años sea el oriental por haber agotado el europeo o el latino mestizo y en el cual el que perdió una pierna ahora camina y uno que camina puede perder las dos, aplica con vehemencia el refrán que dice: no hagas a los otros lo que no quieras que te hagan, porque en un vuelco de la fortuna desafortunado uno podría estar ahora en la situación de desventaja. Esto en términos muy pragmáticos.

Adicionalmente, la crisis del modelo occidental industrial y postindustrial ha alimentado ciertas maneras de ver el mundo que, aunque provienen de modelos anteriores, abarcan ahora una mayor extensión. Me refiero con esto al holismo, el cual postula, hasta donde mi conocimiento abarca, que cada elemento del sistema se vincula directa o indirectamente a todos los demás. Un estímulo en cualquiera de ellos tiene un impacto en el resto. Más de una cultura antes lo sostuvo, pero en términos de ecosistemas, principalmente, en tiempos en que la naturaleza era venerada: pues, ¿en qué perjudicaba a los mexicas que mediante el sacrificio amanecieran con un tlaxcalteca menos?, ¿y a los nativos de Papúa Nueva Guinea violar a las mujeres de algún pueblo saqueado si no era el suyo?, entre un sinfín de ejemplos.

Pero la extensión de aquel antiguo postulado (de la interrelación y la interdependencia) a lo social y una nueva concepción que ve al otro no como lo opuesto a un único punto de referencia válido: el mío; sino como lo diferente a mi punto de referencia que al mismo tiempo es diferente al suyo, nos permitirá condenar las prácticas discriminatorias que ocurran en contextos actuales similares una vez que, estando el mundo globalizado e interconectados sus elementos, una acción en disminución de la calidad de alguien cuestiona la calidad mínima que, por ser humanos, y más siendo todos diferentes, es mejor que se nos respete a todas y a todos.

No es cuestión de ser relativistas y tolerar, sin ni siquiera echar un ojo, la manera de ser de los demás, sino que, no mediante la tolerancia, sino a través del respeto, podemos llegar a la conclusión de que no es que cada uno en su contexto esté bien, sino que todos respetando y valorando la individualidad de todos estamos más seguros. Y estamos mejor.

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