la Hoja en Blanco

22 julio, 2013

Las cartas el Coronel. El pianista.

Filed under: Uncategorized — José Armando Alonso Arenas @ 7:53 pm
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En su tono grave,

la luz que toca el piano

se ve desde el camino a la ciudad

con la elegancia sorda

de lo sórdido dentro que adorna

la pausa horizontal de las calles.

Cuando estira los dedos a través de la tiniebla el pianista,

saludan las estrellas de su mano estridente

si tú pasas o cualquiera.

Riega luz, cultiva sombra.

Sombras, recuerdos que han antes caminado por ahí:

no estropeen la voz primera, con sus ecos bravos,

de los nuevos pasos vivos

ni cubran con su incienso de malteada

las imágenes de los últimos peatones

que, tonales,

los pulsa la eléctrica brocha de la compañía de luz.

El pianista toca las siluetas peatonales.

Arrullo. Murmullo. Murmullo.

Es domingo en la noche,

d

e

s

c

ansen.

La luz que toca el piano

se ve desde el camino.

Su tono grave, graba los rasguños de las suelas

de los que andan de noche.

Las luces amarillas.

Descansen. Descansen.

Caminen.

Noche.

Amarilla.

Murmullo. Arrulla.

Pianista.

El pianista.

 

Poema sobre las luces de la ciudad que se ven de lejos, cuando se viaja sobre el cerro por una carretera.

1 enero, 2012

Las cartas al Coronel. Iztlaccíhuatl.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 10:14 pm
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Y al borde del beso gris oscuro

que se prolonga bajo el eje

del litro de leche

con tele

en el que viajo,

el camino a Puebla se llena de minutos

y de una asociación de ropa húmeda

y varillas que asoman  varios metros

sobre la carretera.

 

Las paredes en obra negra,

¡traslúcidas!,

asoman en el paisaje seco,

tan árido como ellas,

y no como el somnoliento rocío

de la mujer

de los ojos hermosos

que viaja conmigo.

 

Además de aquel volcán recostado a mi derecha

ahora hay,

cuando menos,

otra mujer dormida.

 

Un atardecer de unos cinco años

riega el paisaje y hace crecer los pinos

como las semillas de frijol

que germinan

en algún rincón de un kínder.

 

Transcurre la película

mientras al interior de la pantalla nieva.

Y nieva.

Y nieva.

 

Hace ya varios kilómetros

quedó un hotel de paso,

monumento no oficial a las uniones

que rompe la reja que separa

de la autopista a Chalco.

¡La justicia social en las manos del sexo!

Sexo hay hasta en el beso de las llantas y el asfalto.

No hay sexo en ningún lado.

No vamos a ninguno.

Nos vamos, simplemente, al oriente.

 

Se llena de minutos

nuestro camino a Puebla.

 

Los hermosos ojos de la mujer de junto

abandonan su color de madrugada

para lucir despiertos finalmente

y la mujer dormida es ya sólo un volcán

al borde de los besos gris oscuro

entre las llantas y el asfalto ciego.

 

Los cartones de leche no son guapos.

 

Los pinos, que emergían, van rindiéndose a las casas.

 

El atardecer, que no es a estas horas tan joven o inocente,

ya no hace la tarea,

los frijoles mueren solos allá en la secundaria.

 

¡Y la ciudad asoma!

Después será más bella.

Por ahora está sin nombre.

Esta Puebla no es Puebla.

 

El camino hasta ella se llena de minutos.

Los ojos de la chica desbordan de momentos.

Miramos ya el Popocatépetl.

Ella… ¡lo contempla enamorada!,

¡es la mujer dormida!

Y al bajar en la CAPU

es la mujer despierta.

 

 

18 de febrero de 2011

 

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