la Hoja en Blanco

25 May, 2013

Las cartas al Coronel. Séptimo informe de gobierno.

Filed under: Uncategorized — José Armando Alonso Arenas @ 12:45 pm
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Para ver la cantidad de pobres en México, Dios, que es infinito, abrió en su computadora el sitio web del Coneval . <¡Ay, no mames! ¡No son tantos!>, respondió, y quedó eternamente complacido con su creación por otro rato.

28 abril, 2013

Las cartas al Coronel. Soberanía.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 10:59 pm
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Para Alline (y surgido de una charla con Margaret Paul)

Querido presidente municipal:

Venimos en paz. Extrañamos a sus humanos. No queremos hacer daño a nadie. Pero desde que los campesinos se vinieron a vivir a la ciudad mi pueblo se ha vuelto cada vez más pobre. Pero es que también los extrañamos. Pero.

Y nos gusta. Mi pueblo está muy agradecido porque sus trabajadores nos regalaron agua de una pipa cuando llegamos a vivir a los camellones; (pero) nos duele que eso le quite el pan (como ustedes dicen) a nuestros hermanos (como ustedes dicen) de lo rural (como ustedes dicen). Pero gracias. La cruzada contra el hambre no nos ha resuelto nada porque somos pobres pero más pobres por diferentes porque no comemos lo mismo; y más que no votamos. Pero en mi pueblo hay todavía muchas que son chiquitas y otras que transpiran mucho; por favor no nos quite las pipas de agua. Ayúdense.

¿Sabe qué más es bonito? Cuando nos vinimos nos trajimos, trajimos, un pedacito de nuestra tierra de allá. El dueño del camión de redilas (que lo despeinados y alborotados no nos quita nuestra organización) nos dijo que se la íbamos a ensuciar y llenar de suciedad. ¿Pero qué quiere? Así somos. Nos encanta andar en el suelo y usar lo mínimo de palabras, pero hacemos cosas brillantes. Y echamos rápido raíces y amor en el lugar al que llegamos. Al menos en su ciudad. Por favor no nos desaloje ni nos deje sin agua, entre nosotros todavía hay muchas que son chiquitas o que transpiran mucho, y extrañamos mucho a sus muchos humanos con que vive.

Cuando los campesinos se fueron, mi pueblo se hundió en la miseria. Tampoco es que nos haga favor venir a hacerles el favor, pero es que los amamos mucho. Y estamos desempleados (como ustedes dicen), pasamos hambre (como ustedes dicen), no sirven de nada (como ustedes dicen) nuestras jornadas de hasta catorce horas bajo el sol. Y venimos en paz.

Pero de modo que si no quieren morir cuando menos lo imaginen ustedes o su especie, exigimos:

–        Que nos metan a vivir a sus casas mejor iluminadas o nos den vivienda en sus azoteas, parques, jardines y bulevares.

–        Que nos nutran bien.

–        Que procesen su basura orgánica y construyan una red de drenaje especial para colectar la lluvia cueste lo que cueste.

–        Que dejen de regarla regando su sistema económico remilgoso.

–        Que nos enseñen a escribir.

–        Y que nos coman.

No somos como ustedes y sus casas queremos compartírselas. No somos como ustedes y podríamos según su dedicación retribuirlos. No somos como ustedes y sería para nosotros muy penoso ser paracaidistas en una ciudad donde desperdician todo, vivir de su desquicio. No somos como ustedes y podemos hacer que cambien cosas entre ustedes: comida por comida, la pobreza, la monotonía y las presentes amenazas. No somos como ustedes y si nos pidieran ayuda para escribir una carta no gritaríamos como los locos. Y es un buen detalle que nos arranquen partes y las mastiquen.

Ustedes no saben con quienes se están metiendo, pero nosotros sí, pues nos abandonaron. Pero no hagan ustedes lo mismo con ustedes mismos.

Querido presidente municipal, por cierto, le recomiendo el uso de la palabra “pero”; en otra situación es la palabra más bonita, pero “pero”, espero, no espero. Nos gusta ser de poquitas palabras: venimos en paz y los amamos. Diga sí.

Queremos ser gordos, vecinos y felices para que ustedes sean sólo felices y vecinos. No a la moda, pero sí a la infraestructura y vivienda en su ciudad para los inmigrantes verdes.

Atte.

Jitomate

(pero llámeme vecino)

15 abril, 2013

Las cartas al Coronel. Caballero de los espejos.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 9:27 pm
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Traía… no yo… traía una de esas blusitas sueltas, coquetas, que se atoran en el borde de los hombros y que permite que se refleje la luna en donde nace la primera fumarola de incienso en la orilla superior del cuello. Al menos del tuyo. ¡No! ¡Un momento! No me cuelgues. Todo esto para decirte… que tienes un gusto súper bueno para elegir tu shampoo. Sí, ¿verdad? Pero volviendo a quien te platicaba… sí, así, igualita. Tanto que también se le bajaba, como si fuera hierba que la manotea un cachorro, a cada momentito. Y… y no sé, volteaba a verla y la que veía… ¡no! Obvio no a quien iba junto a mí, sino su blusa. Sí, ya te dije que se le caía. Lo poco que le cubría la piel y luego luego, como a ti, se le bajaba. ¿De qué color era? Morena clara. ¿La blusa? ¡No! Yo hablaba de su piel… bueno, de reojo, sólo la vi de reojo. ¡Ah, pero entonces me preguntabas de tu blusa! Es que quería decirte que yo no soy de esos hombres que… que no me cuelgues. No me has dicho aún tu nombre, ¿por quién pregunto cuando llame y haya alguien más en tu casa? Bueno, equis, poco importa. Escucha: si yo en el metro volteaba a verte el torso era porque… porque me recordaba a la otra blusa. Que sí, deja te cuento: la de la persona que ese otro día iba junto a mí y que a cada rato dejaba que se le viera toda la piel, igualita. ¿Que de qué color era la tuya? Azul rey… ¡No! ¡Claro que no pienso que seas una pitufa! Me refería al de tu blusa. El de tu piel pues… pero sí. Así fue. La sentí así, azul, sólo de pensar en que cubre a tus herpéticos músculos la liviandad del cielo. No sé, cuando me rozaste al subir al vagón era tan suave y delicada, y con una nube de crema tapando la visibilidad para quien aborde la carretera que baja por tu brazo. … … No, jeje, escúchame tú, tan cierto es lo que te digo como que no todos los hombres somos iguales. ¿Me crees? Porque… sí, tu blusa era azul. La suya… sí, también, yo creo, o naranja o blanca. Y se le bajaba. Y cada vez que se le caía como que se la subía para que no le vieran nada. Ay, si a ti ni se te veía nada… o sea… ¡no! ¡sí! Muy bonitos, bonita forma, buen tamaño, y todo. O sea, no que se te viera todo, sino que estaba todo en su buen tamaño. Pero… ¿y la otra? ¿Qué otra? ¡Ah! Ya sé de qué hablas. No, pues nada, se subía la blusa cada vez que se le caía del hombro hasta que le dije: <¿qué te tapas si las tienes de hombre?>. ¡Espera! ¡No me cuelgues! Es que… ah, no soy un grosero, no, mejor no lo dije, pero sí lo pensé, porque las tenía de hombre… sí, porque era hombre. ¿Ves?, te digo que no todos los hombres somos iguales. Por ejemplo, yo no soy igual que los otros, pero hay algunos todavía menos iguales. ¿Ves? ¿Gay? ¡Tiempo! Ya, está bien. Confieso: sí la vi, era mujer, tantito plana, y sí te vi y estás bien guapa. ¿Pero ves? La diferencia es que en lugar de hacerte enojar te hago reír. No todos los hombres somos iguales. Y entonces… ¿te llamas Deyanira? Yo Sansón, mucho gusto.

7 marzo, 2013

Las cartas al Coronel. Carta a mujeres y hombres: la importancia de las mujeres en la equidad de género.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 8:08 pm
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Sería más fácil en todos los sentidos explicar a una niña pequeña por qué salen diario fotografías explícitas de asesinados o accidentados en la portada del periódico El Gráfico que por qué, en la otra cara del rotativo, se muestran mujeres desnudas, siempre jóvenes y con cuerpos excluyentemente sinuosos, esculturales y de fenotipos europeos. Comunicarle a esta hipotética niña, que ha llegado a una sociedad violenta, con individuos que en vez de conmoverse con la crueldad se entretienen y satisfacen (como demuestra el tiraje de más de 300,000 ejemplares diarios de El Gráfico, según El Universal), es complicado, pero más que complicado, diría perturbador, es anunciarle que ella, por el hecho azaroso y pacífico de nacer mujer, sufrirá (con gran seguridad) a lo largo de su vida y como víctima directa esta violencia.

Dejemos de lado, y no por no ser importante, que en México una de cada dos mujeres mayores de 15 años (47%) ha padecido violencia sexual, física, económica o emocional durante su actual o última relación (¡sin contar las anteriores!) y que una de cada cinco ha sido abusada sexualmente por su pareja o esposo (INEGI, 2012); o que su país, México, fue el primer país sentenciado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por feminicidios y no ha logrado dar un vuelco a estas tragedias. Lo que no deja de ser más urgente, sin embargo, que estas consecuencias son las causas y actores. ¿Quiénes son quienes construyen y reproducen la ideología fanática de una supuesta superioridad masculina? ¿Quiénes nos quieren hacer creer que a la mujer se le puede comprar en un periódico, adquirirla como pareja, venderla, venderse o traficarla? Y yendo más a fondo, la pregunta quizá no sea siquiera por qué pasa esto, sino por qué como sociedad (que no tiene género masculino o femenino, sino socios de ambas comunidades) lo consentimos.

Sin desear responsabilizar a las mujeres de la violencia ejercida en su contra por muchos hombres (pero también por mujeres que reproducen el sistema de valores en el que ellas valen menos), sino reconociéndoles como auténticas ciudadanas en el sentido de quienes pueden participar en la construcción y destino de su entorno, pregunto: ¿cuál es la importancia de la mujer en la cimentación de una sociedad equitativa? Total, considero. ¿Por qué entonces nuestro esquema cultural no cambia?

Existe una comedia de Aristófanos, Lisístrata, que nos brinda una sugerencia. Para hacerse escuchar y parar la guerra, las mujeres de la obra realizaron una huelga de actividad sexual. Lisístrata, como agente sexual y reproductivo al que en esa época, en su respectiva dimensión, estaba reducida, se apoderó de su interface erótica y progenitora (su cuerpo) para relacionarse con su mundo y alterarlo, lo cual es un acto sin duda replicable. Los horizontes para las mujeres, aunque frecuentemente no son totales, se han ampliado; agentes sociales, mediáticos, culturales, políticos y económicos, sus potencialidades son ahora más diversas, complejas y sólidas.

En lugar de acostarnos y reproducirnos (en sentido literal y figurado) como las mujeres que contemplaban la violencia de la guerra en el universo dramático de Lisístrata, es necesario que mujeres y hombres nos apoderemos de la manera en la que interactuamos con el mundo, que nos hagamos así del modo en que como sociedad lo construimos. Y para ello necesitamos de la mayoría y de sus protagonistas. Y la mayoría, y las principales actoras en la confección de nuestras comunidades, siguen siendo las mujeres.

Digamos a esa niña hipotética chiquita que mira El Gráfico, en vez de “¿qué quieres que haga?, este es el mundo”, “¿qué quieres que hagamos con este mundo nuestro?”.

10 febrero, 2013

Las cartas al Coronel. Del verbo invivir.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 2:47 pm
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Con cariño post mortem a Livia Sedeño.

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Quien diga que su presencia es fría o que su cara es cadavérica, no tiene idea de lo que habla. Cuando llegué, salía a rastras del coche volcado. … Y ya sin miedo ni enojo en el corazón: ¿por qué él?, le pregunté, y se sentó en el carril de la derecha llorando la que tiene por misión tramitar las bajas.

Su trabajo la angustia desde siempre, detestan todos su existencia, la pobre no halla modo de extinguírsela. <Pensé que si me metía al auto con un imprudente que iba a 180…>… …

Comenzó a decir.

DECIR. Y se quedó callada al echarse otra vez al llanto, a correr, gritar, a rayar con las uñas largas de los pies el herpético pizarrón que por ciudades, vacíos, ciudades y vacíos habla de la infinitud de la línea (línea, línea vacía, línea) pintada con gises amarillos y blancos.

Y corre ella por la carretera como quien se acuerda de la sed. Hallar el descanso en un asalto, en un retén, quitarse la invida en un incendio forestal o en una pipa sin frenos donde pueda ella meterse para encontrarse a sí misma. <Como cualquiera de nosotros>, dice al explicarme su plan saliendo en fuga y refiriéndose a todostodostodos nosotros.

Nada la detiene y se va rápido. Miro en cambio el coche que ya no va ni lento. Ni lento. Ni va. Va. A… va a salir el cuerpo de Ricardo. Las luces rojas de la torreta de la ambulancia le dan movimiento al mar seco que duerme en la humedad férrica y cálida que empapa su camisa. Me quedo viéndola.

<Dése prisa, que va a necesitarla>, me dice un paramédico. <Su  esposo requiere diez donantes, está vivo de milagro>, concluye. Vivo, pienso. Exesposo, lo corrijo.Y nos siento más muerte que la muerte. Ha de urgirnos más que a ella encontrarnos a nosotros mismos. Mientras lo suben al vehículo de emergencias, ahora que nos queda vida, lo abrazo con los ojos.

4 enero, 2013

Las cartas al Coronel. Las grullas de neblina.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 2:56 pm
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Débil rosa de papel

que nace sola de las manos

de papel

dobladas por las rosas del rosal juntas.

La verdad,

y perfumada de la regadera

en que la maceta yace

y las baña de loción,

bolea sus pétalos

untándoles shampoo.

Se están.

Y se secan con la toalla que se atora en sus pendientes cáusticos:

quitarse un miedo, tirar la toalla, levantarla, despedirse.

Los pétalos que tiran al peinarse el nombre

con que todos las conocen

tapan la coladera y con los años las ahogan.

Y aguardando.

Y doblando manos que doblando pétalos de papel para otras rosas.

Rosas.

Osas.

As.

Estás.

¿En dónde?,

almario

de la débil de papel que nace sola.

 

 

Le pintaron los labios de magenta.

Que hable, que coma, que suspire, que bese, que sople, que toque flauta.

Que le pinten labios a la rosa de papel que nace sola para usar las rosas

que sí florearon juntas

el magenta con alguna sabiduría.

 

 

Quiero estar solo, dijo el eco de papel

de la rosa débil de papel

de las manos de papel

que no tienen labios.

Dibujados en la rosa, tuvo sólo todo para solo

y nada tuvo para sólo estar.

 

 

Débil rosa de papel, vístete de pintura,

¡guapa!

La fiesta está allá fuera,

la gente se pelea por echar la cáustica

pero alegre vegetalidad de sus raíces

(ancestros, anécdotas, hambres, valores)

en la mineralidad gentil y líquida

del asfalto ocasonal

que no lleva “i”, sino colores naranjas

y grisáceos y se hunden.

Deja que la música te sobe la cintura

sintiéndote acústica,

te asa las greñas y te bese el son del esternón

acéfalo al tersar el vals.

Desnúdate de los pétalos y de sus trazos de gis

como labios, ¡guapa!

Salvo si besas.

Besas.

Esas.

As.

Estás.

¿En dónde?,

almario.

 

 

El ramo de rosas blancas no se convirtió,

como la novia,

en mariposas de luz de la luna.

Débil rosa de papel que naces sola:

vuela,

ajá,

vuela.

El frío del aire no se siente frío,

la piel del otro… ¡como un sol

y moño y envoltura cálida y lejana

del aire próximo

al abrir la sonrisa en flor cualquier mañana!

¡Cualquier mañana!

El ramo de rosas blancas no se convirtió

en mariposas

de luz de la luna.

El frío del aire no se siente aire.

Te quedaste de papel viendo las páginas que nacen juntas

volar hacia las flores libres de colores.

Solitaria y sola mientras amanece la noche,

tú, blanca; y sólida como una luz oscura.

 

 

Débil rosa de papel que naces seca,

por más esencial o azul que te conviertas

los días que te marchites,

no te acerques demasiado al calor o al frío.

Contra cualquier libro de huertos de ángeles,

sentir es muerte.

Débil rosa de papel que naces sola,

Aunque tus pétalos no se abriguen

del rubor del barro del deshielo,

¡teme al frío!

O teme que te incendie un abrazo.

Sentir es muerte.

Tus hojas son, de inicio, de papel;

ya no empeores las cosas.

 

 

Regalo de pobres

que cuestas más trabajo:

¡el mundo te abre las puertas!

Afuera, en Galerías, venden perfumes,

cremas, tintes, tiempo, verano, absoluciones

para

tus

pétalos.

Los estantes, chaparritos,

gozan el fresco de la luna que ilumina

su orgullo semental bajo la sombra:

cinturones,

anécdotas,

almarios.

Ponte guapa y plántate en la tierra, rosa,

esperando que la novia

que te llevó al altar,

símbolo celuloso inmarcesible,

te llame.

Al celular.

Al rato.

Al igual que sabe

que tú no te haces vieja;

te desgastas, te sobrescribes.

Y ya, te nuevamente sobrescribes.

 

 

Busca ─mil grullas─ la paz ─de papel─

en la caja de cereal ─para pedir─

cada mañana ─neblina en el deseo.

Nadie desea al deseo.

Nadie.

Deseo.

Desea.

Sea.

A. La paz neblina para pedir grullas

a las manos de papel que te doblaron

o a las rosas que nacieron juntas que las doblaron a ellas.

¡Busca!

¡Busca en las grullas de neblina!

 

 

Ten respeto,

débil rosa de papel,

por aquellas que sí sienten,

pues uno nunca sabe si lo tendrán por uno.

Mueren. Mueren.

Tu poesía,

tu saco blanco,

tu banco de semillas endecasílabas

es un recital de poesía hecho por un mimo.

¿Por qué no te toca el viento como a las de verdad

que viven fuera?

¿Por qué no haces gritar a nadie al abrazarte

la omisión de tus espinas?

O habla a la neblina, a las grullas de luz de la luna.

¿Quién te oye?

¿Quién te oye?

 

 

Vienen ya por sendo cielo las grullas de neblina,

nacieron juntas.

Débil rosa de papel que naces sola,

désdóblate y dóblate y desdóblate mil veces

o quédate callada.

Al fin y al cabo estás sola

hasta para pedir milagros.

El ramo de rosas blancas no se convirtió,

como la novia,

en mariposas de luz de la luna.

No importa.

Vuela.

Sí. ¡Sí! ¡Vuela!

14 diciembre, 2012

Las cartas al Coronel. Reseña de «El beso», de Antón Chéjov.

El beso, labios, boca: vívidos vacíos.

Se abren las puertas del Santa Catarina. Como si fuera barco que zarpa, rápidamente se va alejando el espectador del puerto de lo real para adentrarse en turbulento mar sin fondo (como la historia de un beso a oscuras con un desconocido) hasta que el tripulante mira cómo al fin su nave vuelve a tocar la orilla de la que partió buscando en la racionalidad algo sólido a qué aferrarse. Al final de ese viaje pequeñito de dos horas, el espectador retorna a la playa que se escurre por un reloj de vidrio con todo y las huellas en la arena: lo absurdo de la vida moderna arrastra hasta las experiencias donde habíamos como humanidad pisado. Eso comunica el cuento de Chéjov El beso.

Representado en la obra homónima dirigida y adaptada por Alonso Ruizpalacios, trata la obsesión del cohibido Capitán Riabóvich por imaginar a la mujer que le dio un beso a oscuras sin permitirle enterarse de su apariencia o identidad en una fiesta. Chéjov plantea que la vida (y lo que la rellena, como el beso) es una “broma absurda e incomprensible” y cómo la realidad construida individual y subjetivamente pierde cuanta validez suponía cuando se racionaliza e intenta dársele valor y sentido universales. Aquello que en el pasado era precioso: la verdad, el amor, la confianza en el futuro; pierde todo valor en la modernidad a manos de una racionalidad suicida que llega a ser racional hasta lo irracional. Ni la razón, la vida o el beso de Riabóvich (lo precioso) almacenan ya sentido; todo lo ha perdido. Lo sólido, cita Berman, se desvanece en el aire.

La obra teatral, por su parte, es un acueducto vibrante de textualidad que alcanza una sensorialidad tórrida. Argumenta aquélla a favor del planteamiento de Chéjov y lo critica simultáneamente mediante un deleitante manejo de la ambientación y una frescura cristalina en la proximidad del espectáculo al espectador.

La calidez es el primer afecto de éste al ingresar al foro. Es sentado en una silla al borde de un piano de cola con caja de unos de diez metros de largo sobre cuya tapa se dispondrán platito y taza de porcelana con té para todos bajo el atento servicio de actrices y actores que también sirven las suyas. Cada acción de la obra ocurrirá sobre, bajo o en torno al organismo surgido de piano y comensales, donde las escenas germinan y se preñan de metáforas visuales exquisitas.

En poética complicidad con la iluminación, la porcelana del té refleja a los comensales ─ejecutantes y público por igual─ en las tazas, las tazas en los platos, los platos en el barniz del piano; prisioneros de reflejos en las burbujitas de cerámica con té de menta, elenco y auditorio se hallan suspendidos en un ambiente liviano y comparten como pares la mesa, el escenario e incluso el micrófono en escenas en que participan juntos en aparentes sinsentidos: discutir la violencia en México, besarse a modo de experimento. Lo absurdo consume a todos.

Imagen lograda y seductora es la narración del pensamiento de Riabóvich cuando descubre su propio absurdo contemplando un río. Emulando el movimiento de sus aguas, un actor sacude el extremo de un mantel que cubre totalmente el piano y su caja; otra actriz se para en el extremo opuesto narrando al capitán. El movimiento hechicero de la tela permite con nitidez contemplar el origen y recorrido de las ondas (pasado), pero la velocidad con que pasan frente a uno, alternando crestas y simas, nos sumergen en la confusa vorágine con que miramos el presente, que irá a parar sin remedio al otro lado de la mesa, a la vertical cadencia de quien lee en voz alta la anagnórisis del soldado sobre el beso, evento antes grandioso, ahora trivial, vacío. La lectora al callar es cubierta y devorada por las aguas del río en forma de sábana mortuoria en silenciosa y musical escena. Irreal. Lo demás, pero también esto, no importa. Salvo lo que discutan en vivo el público, los actores (cuando tosen en ciertas escenas a sus propios personajes) y las entrevistas a distintas personas sobre temas de la obra que, grabadas en audio, irrumpen salpicándola de polifónicos colores.

Con una genuina aportación como actriz y persona de Sophie Alexander y la complicidad dramática del director, actores y creativos de iluminación y utilería, la puesta en escena de El beso constituye una propuesta conmovedora: destaca por la textura de su ambientación y discusión participativa; una tercera dimensión escénica atrevida, multisensorial, en líquido planteamiento que apuesta por que toda inmaterialidad al final flota.

Aplaudo de pie.

4 diciembre, 2012

Las cartas al Coronel. Un panadero exitoso.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 4:37 pm
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Bípedo y flaco, no tenía éxito sexual el osito Bimbo. Por ello aprendió a hornear, se volvió empresario y plantó miles de árboles. A partir de que se cogió a los pequeños panaderos del país, las osas lo buscan para que les haga lo mismo.

Click aquí para ver un comercial del osito Bimbo.

Click aquí para ver la historia del osito Bimbo.

23 octubre, 2012

Las cartas al Coronel. La paloma que amaba al gavilán.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 11:58 pm
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Lo único de cierto en todo esto es que “ellos” no existen. ¡Porque nadie los ha visto! Se habla de “ellos” como de Dios y el Diablo. Y yo no creo en “ellos”, pero sí en los otros. Pero si creo en los otros no será en lo que dicen, porque nos hablan de “ellos”. Como si “ellos” fueran Dios.

Los otros nos cuentan que uno de “ellos” era manco pero lograba hacer las funciones de la mano sin su mano; y un ciego de entre “ellos” administraba las lecturas de los demás. ¡Que tres de «ellos» murieron en la misma fecha! ¡Bobadas! ¡Coincidencias! Como si fueran dioses en la Tierra nos hablan los otros de los milagros de “ellos”, pero no lo son, y no lo son porque lo único de cierto en todo esto es que no existen.

Los otros nos hablan de “ellos” como de Dios y el Diablo. Pero nadie los ha visto, y a los otros sí. Los otros son como el Diablo, nuestros enemigos, y, según los otros que digo que son como el Diablo, “ellos”, los que no existen, son como Dios. Porque de “ellos”, aunque los otros los crearon, dicen los otros que fueron creados por “ellos”. ¡Pero no es cierto! Para mí que “ellos” no lo hicieron. Nadie los ha visto. Lo único de cierto en todo esto es que “ellos” no son ciertos. Excepto, quizá, porque lo dicen los otros. Que son como el Diablo. Y nuestros enemigos.

Esos otros que inventan mundos, en lugar de “ellos” que no lo hacen pues no existen, y porque a “ellos”, los que no existen, también los inventaron. Esos otros, nuestros enemigos, que nos observan a nosotros mientras los contemplamos, los miramos quietos, de arriba a abajo, con los ojos tan abiertos como si despertáramos y nos hiciéramos conscientes de algo a través de sus filas de hormigas negras. Pero nos capturan, ventajosos, cuando los contemplamos a ellos mismos (o sea, a los otros), a sus mundos, a las falaces construcciones de autores, o de “ellos”, que hay detrás de los otros como a Dios lo ingenió el Diablo: “ellos” padres simultáneos de El Extrajero y La Peste, “ellos” del pie puesto en El Mercader de Venecia y el otro en La Tempestad, “ellos” o el gato de Schrödinger y el exgato y de nuevo el gato muerto que vive. Nosotros contemplamos a los otros a ver si vive o muere. Los leemos, a los otros, al enemigo que nos embosca sin molestia en esconderse cuando lo miramos. Lo único de cierto en todo esto es que son los otros los que nos contemplan. Los que nos observan. Que nos estudian mientras les ponemos la carita sin miedo y de frente mientras tomamos la sombra bajo un árbol. Que ven cómo transcurren nuestras vidas y emociones y pueden reconstruir nuestras historias cuando vamos del pasamanos de un camión, vendiéndolos en el metro, en la fila para el baño, en el sofá al que nos corrieron esa noche o cuando, de tanto verlos, nos dejan siniestramente dormimos. Lo saben todo de nosotros. Nos tienen a la vista. Son nuestros enemigos.

No fueron “ellos” quienes inventaron a los otros, sino los otros a “ellos”, porque lo cierto en todo esto es que “ellos”, los que no existen, no existen. Son los otros. Los otros que nos atrapan con sus historias para consumir y estudiar y chuparse las nuestras. No nosotros a los otros. Sino los otros. El enemigo. El Diablo. El seductor. El Diablo. El libro. El que pizca la fruta del árbol de la ciencia del bien y el mal detrás de la frontera. Los libros. El enemigo. Los libros. El amigo y enemigo que nos estudia como mosco en la bombilla de la luz. El padre de sus padres los autores para mimetizarse. El enemigo.

Pero qué sabroso es trabajar o recrearse si es para el enemigo.

14 septiembre, 2012

Las cartas al Coronel. Etnografía prima (capítulos X al XIII)

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 5:48 pm
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En estos breves capítulos, puesto que a estas alturas cualquiera habría ido a conocer a los pingüinos y no habría demasiado al respecto que decir, se exponen algunas de las posiciones políticas que los pingüinos como nación defienden. Por lo general, el papel que en su sociedad receptora habían jugado hasta tiempos recientes se manifestaba en un discurso oculto en términos de James Scott. La aparente aceptación del régimen político y las pautas culturales de los grupos con centralidad mediática y alta capacidad de transmisión simbólica que los pingüinos sostuvieron en el pasado, sin embargo, se ha visto recientemente interrumpida por discursos articulados principalmente por medio de lenguajes artísticos y manifestaciones multitudinarias que van de temas de multiculturalidad a violencia o vigencia del orden político. No por esto se ha de interpretar que todos los pingüinos participan en estas prácticas y puntos de vista, aunque son quienes, como grupo, en su entorno las promueven y sostienen. La completa omisión de otros actores aparte de estas aves en los siguientes capítulos obedece a la aparentemente débil repercusión que sus movimientos sociales han tenido hasta ahora en la sociedad como conjunto amplio. Si bien como grupo de presión cuestionan y reblandecen las estructuras dominantes de poder, es difícil poder decir que logran lo mismo en aquellas estructuras subalternas que históricamente han permitido, validado y entendido como natural la transferencia de la autoridad de sí mismas hacia las centralidades políticas y mediáticas mencionadas.

 

[Indispensable leer el capítulo IX para seguir con la lectura]

 

X.

Aquello se desprende de que

al llegar al trópico

se congelaron,

y el corazón así se quiebra fácil.

Frotarlo (para ponerlo tibio)

es suficientemente suave

para hacerlo añicos.

Por seguridad

no se tocan el corazón

ni para hacer algo por los otros.

Sí para comentarlos, hacer denuncias, conciertos, seminarios,

que es más impersonal y frota menos.

No para hacer algo por los otros.

Sí para los otros.

¿Para?

¿Por?

Sí mismo.

¿Quién?

 

XI.

Los pingüinos debaten la crueldad

según la temperatura de sus corazones.

El alma, que yace en la garganta

en la anatomía de los pingüinos,

padece nudos, se quiebra, se vuelve un hilo,

se pone ronca.

El alma vive en la garganta.

Suspiran, claman y sale.

 

XII.

<Las tórtolas son aves, van al aire,

<las lágrimas son agua y van al mar.

<Dime pingüino, cuando el glaciar se olvida,

<¿Sabes tú adónde vas?>,

Escribió un exiliado desde el trópico recién amanecido

cuando descubrió el castellano,

a Bécquer

y que algo le faltaba.

 

XIII.

Los pingüinos se suben al metro,

a los camiones,

son criaturas que pagan sus tres pesos

con billete de cincuenta.

El corazón, que bombea aplausos a través de la mantequilla

del color silencio,

se les llena de alegría cuando alguien les pregunta y no pregunta

y le corean

<¡No estás solo!>.

Se paran unos y otros, juntitos, juntitos, juntitititos,

para darse calor.

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