la Hoja en Blanco

15 abril, 2013

Las cartas al Coronel. Caballero de los espejos.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 9:27 pm
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Traía… no yo… traía una de esas blusitas sueltas, coquetas, que se atoran en el borde de los hombros y que permite que se refleje la luna en donde nace la primera fumarola de incienso en la orilla superior del cuello. Al menos del tuyo. ¡No! ¡Un momento! No me cuelgues. Todo esto para decirte… que tienes un gusto súper bueno para elegir tu shampoo. Sí, ¿verdad? Pero volviendo a quien te platicaba… sí, así, igualita. Tanto que también se le bajaba, como si fuera hierba que la manotea un cachorro, a cada momentito. Y… y no sé, volteaba a verla y la que veía… ¡no! Obvio no a quien iba junto a mí, sino su blusa. Sí, ya te dije que se le caía. Lo poco que le cubría la piel y luego luego, como a ti, se le bajaba. ¿De qué color era? Morena clara. ¿La blusa? ¡No! Yo hablaba de su piel… bueno, de reojo, sólo la vi de reojo. ¡Ah, pero entonces me preguntabas de tu blusa! Es que quería decirte que yo no soy de esos hombres que… que no me cuelgues. No me has dicho aún tu nombre, ¿por quién pregunto cuando llame y haya alguien más en tu casa? Bueno, equis, poco importa. Escucha: si yo en el metro volteaba a verte el torso era porque… porque me recordaba a la otra blusa. Que sí, deja te cuento: la de la persona que ese otro día iba junto a mí y que a cada rato dejaba que se le viera toda la piel, igualita. ¿Que de qué color era la tuya? Azul rey… ¡No! ¡Claro que no pienso que seas una pitufa! Me refería al de tu blusa. El de tu piel pues… pero sí. Así fue. La sentí así, azul, sólo de pensar en que cubre a tus herpéticos músculos la liviandad del cielo. No sé, cuando me rozaste al subir al vagón era tan suave y delicada, y con una nube de crema tapando la visibilidad para quien aborde la carretera que baja por tu brazo. … … No, jeje, escúchame tú, tan cierto es lo que te digo como que no todos los hombres somos iguales. ¿Me crees? Porque… sí, tu blusa era azul. La suya… sí, también, yo creo, o naranja o blanca. Y se le bajaba. Y cada vez que se le caía como que se la subía para que no le vieran nada. Ay, si a ti ni se te veía nada… o sea… ¡no! ¡sí! Muy bonitos, bonita forma, buen tamaño, y todo. O sea, no que se te viera todo, sino que estaba todo en su buen tamaño. Pero… ¿y la otra? ¿Qué otra? ¡Ah! Ya sé de qué hablas. No, pues nada, se subía la blusa cada vez que se le caía del hombro hasta que le dije: <¿qué te tapas si las tienes de hombre?>. ¡Espera! ¡No me cuelgues! Es que… ah, no soy un grosero, no, mejor no lo dije, pero sí lo pensé, porque las tenía de hombre… sí, porque era hombre. ¿Ves?, te digo que no todos los hombres somos iguales. Por ejemplo, yo no soy igual que los otros, pero hay algunos todavía menos iguales. ¿Ves? ¿Gay? ¡Tiempo! Ya, está bien. Confieso: sí la vi, era mujer, tantito plana, y sí te vi y estás bien guapa. ¿Pero ves? La diferencia es que en lugar de hacerte enojar te hago reír. No todos los hombres somos iguales. Y entonces… ¿te llamas Deyanira? Yo Sansón, mucho gusto.

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