la Hoja en Blanco

16 febrero, 2010

Las cartas al Coronel. Disertaciones sobre la mala suerte.

Filed under: Las cartas al Coronel — José Armando Alonso Arenas @ 5:09 am
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Aunque parezca un comentario fuera de cualquier contexto, las palabras chicle y cliché tienen las mismas letras. Y no sólo eso, sino que funcionan igual. Incluso, pronunciándolas rápido, puede resultar un trabalenguas. En lo personal, prefiero repetir «camarón caramelo», ¿será por el nivel de dificultad o por vocación propia? De cualquier manera, irrelevante, de este punto en adelante volveré a la dirección original de mi apunte.

Las palabras chicle y cliché tienen las mismas letras. Por cierto, al teclear una después de la otra, alguna de las dos se transcribirá incorrectamente. Pero el punto en todo esto es que los dos vocablos, cliché y chicle, funcionan del mismo modo. En México empleamos una frase que dice: «a ver si es chicle y pega», cuando hemos de intentar algo que no sabemos si permanecerá. Al comienzo, tanto el chicle como el cliché son de agradable gusto y, sin embargo, pasado un tiempo, ambos pierden su sabor. El chicle se vuelve pegajoso una vez que se le masca, mientras que el cliché es un concepto masticado que pegó. Y es justo de esto de lo que hoy voy a hablar. Por pura responsabilidad social, como la fecha de publicación de mi entrada casi corresponde al 14 de febrero, decidí abordar el tema.

Si bien la tradición del Día de San Valentín parece distar de ser cristiana (http://www.history.com/content/valentine/history-of-valentine-s-day), me resulta más conveniente aterrizar esta fiesta a sus contradicciones actuales en lugar de sugerirte que, con tal de no comprar flores y chocolates, adquieras perros y cabras para jugar al sacerdote carnicero. Y es que, independientemente de su evolución histórica y una disputa por su posible origen pagano o dentro de la cristiandad, las manifestaciones de esta festividad hoy en día son otras. Es el ritual de externar, no de manera vívida ni espontánea, amor monogámico por alguien.

Sin embargo, me cuestiono yo si todo el proceso que lleva de fondo el decir «te quiero», «¿quieres ser mi novio o novia?», «quiero hacer el amor contigo», más que el vestíbulo de un gran momento con el ser contemplado es una manera de comprometer, apelando a una supuesta gratitud, la decisión de la pareja. Con todo respeto a quien lo crea, pero el que alguien me lleve a cenar algo a lo que no dedicó tiempo en su preparación ni le dio la atención que uno merece, con un mesero o mesera que habla en tono más protector que el acompañante mismo, habría de engendrar apenas la emoción que acaricia una sopa sin sal. Por caro que resulte y mucho esfuerzo que implique pagar la cena, es como dar dinero a un fabricante de globos para que diga a alguien que la quiero. Esperar, después de eso, que la otra persona acceda abnegadamente a sus lindas y cálidas demandas podrá parecer lógico, mas nunca equitativo.

No obstante, tal como no sustento restaurar la variedad de bisteces de la época romana sacrificando mamíferos en febrero, la concepción que tengo sobre qué sería un día del amor no pretende, tampoco, ir en contra de la derrama económica de casi 100 millones de dólares que hizo sudar las manos de ansiedad a las autoridades del Distrito Federal ni contra el lleno que presentaron, con dos días de anticipación, los hoteles ubicados sobre Tlalpan (http://www.jornada.unam.mx/2010/02/15/index.php?section=capital&article=037n2cap). Antes bien, considero que regalos más valiosos que una cena en restaurant de autor o un oso de peluche inmigrado de Taiwan (buscando mejores oportunidades que las que, siendo ciudadanos de poliéster, podrán encontrar allí), pueden ser la sinceridad, la buena comunicación y la aceptación real del otro. Una admiración no negociable: «quiero invitarte a cenar -le diría él a ella, ella a él, él a él o ella a ella- no porque, al final de la cita, espere que aceptes andar conmigo, sino porque quiero que entiendas que, ya sea la siguiente etapa de mi vida, ya cada segundo y palabra de esta próxima noche, me gusta compartir contigo la alegría que me dan los momentos cuando estamos juntos».  O, por ejemplo: «ciertamente, quiero tener sexo contigo, pero estos chocolates son porque, incluso si me dices que no, yo así te quiero».

Finalmente, pero no a manera de conclusión, me pareció prudente, ante la expectativa que siempre causa la llegada del 14 de febrero, atraer una reflexión sincera. Aunque parezca un comentario fuera de cualquier contexto, presentaré en estas últimas líneas mi disertación sobre la mala suerte. Si bien el número 13 ha tenido la mala fortuna no sólo de ser número primo, sino de caer, en promedio, un par de veces al año en viernes (derivando de tal asociación una fecha maldita), no contento con ello, el azar le ha traído a la mala racha de que, todos los años, cada febrero, se quede a tan sólo un día de ser 14. Para quien se creía desventurado, que mire lo que es tener mala suerte.

2 comentarios »

  1. … y cada diciembre un dia despues del de nuestra Virgen de Guadalupe, asi que ni chocolates ni mezcal para el pobre 13.

    Comentarios por Rafael — 16 febrero, 2010 @ 9:04 pm | Responder

  2. Aww… está lindo tu escrito.
    Jajaja de veras, con todo y sus alusiones carniceras. Yo no estoy peleada -y jamás lo estaré- con el día de San Valentín, con Navidad ni con ninguna festividad de esas bonitas (lo grinch se lo dejo a mi hno, quien lo lleva a cabo bastante bien), pero sí estoy peleada con que usen sólo un día para decir cosas que deberían repetirse todo el año ! O si no, jamás decirse si no son sinceras…
    Odio los clichés, pero adoro el romanticismo. Quizás por eso no puedo odiar san valentín (aunque rebose en cursilería… pero a veces tmb soy un poco cursi).
    He dicho. xD

    Comentarios por Loren@ — 16 febrero, 2010 @ 11:31 pm | Responder


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